viernes, julio 21, 2006

Yo se que es tedioso leer tanto texto en el computador, pero para los que se atrevan, aquí va un poema que mi abuela solía recitarme (de memoria, por cierto) cuando era una niña. Creo que es gracias a esos poemas; que salían de la dura boca de mi abuela mientras cosía ropa de otra gente, que la literatura me vuela tanto la cabeza.












REÍR LLORANDO

¡Oh! Que aplaudan, que aplaudan... Yo no salgo.
quiero estar solo, quiero descansar...
Cuando suena esa música
parece que la vuelvo a ver pasar
con su traje encarnado de amazona
y los ojos ardiendo de ansiedad,
y la fusta silbante,
y el soberbio ademán al detener el ímpetu
del caballo alazán.
Aún siento en mi mano
el calor y el afán
de su mano enguantada.
Aún la veo lanzar
al salto de la muerte
al nervioso animal,
y sonreír con infantil contento
bajo la tempestad
de las aclamaciones y los vítores
de la marea popular.

En la vida del circo vagabundo
de cuidad en cuidad
nuestro amor fue diciéndose
cada día el eterno madrigal,
y entre risas y máscaras
vió que venía la felicidad.
Y una noche su padre
la llamó para hablar.
Yo escuché en el pasillo varias veces mi nombre,
pero en ese momento terminaba Fan Fan
la prueba de los osos, ¡y me lancé a la pista!
La vieja historia del juglar:
Paglaccio que sonríe entre sollozos
Garrick muerto de tedio y soledad...
Después, tras la cortina
nos volvimos a hablar.
La pobrecita me tomó las manos
y me contó el encuentro. Yo alcancé a divisar
en la penumbra el fuego de sus ojos.

-Good Night, no quiero que te vea más...
Quiere llevarme, que partamos pronto,
y te adoro, Good Night...

En ese instante comenzó la música,
y ya no hablamos más.
Un mozo le traía ya el caballo,
y ella nerviosamente cabalgó el animal,
hizo silbar la fusta y partió hacia la pista.
Y estalló la ovación como una tempestad.
Yo volví al camarín. Estaba ante el espejo
cuando él entró. Aún le oigo jadear
cuando nos contemplamos cara a cara.
Aún veo su ademán,
escucho el río de amenazas
frente a mi terquedad.
Nuestras dos almas eran dos panteras.
Aún le oigo exclamar:
-¡Si Betty no me sigue,
yo te mato, Good Night!
Yo me reía, reía
con mi tremenda risa de juglar.

De pronto, allá en la pista, suena un grito
un clamor, unas voces de ansiedad.
Y una y otra vez nos miramos cara a cara
pero sin odios ya.
Eramos dos espantados mirándonos de frente,
y ese clamor creciendo más y más...
Salí del camarín. Ya la traían:
cuatro hombres la traían. No respiraba ya.
Más bonita que nunca,
con la espantosa lividez mortal.
La cabellera rubia, en la caída,
se desató magnífica. Jamás
el oro tuvo tanta hechicería.
Y los ojos abiertos mirando el Más Allá.
De la boca caía un hilillo de sangre...
¡Sangre! Para mostrar
todo horror de la tragedia,
la cara fea y lívida de la fatalidad,
la sombra del destino
y de la vida, la maldad...
Al lanzar al caballo en el salto final
rodaron confundidos
la arrogante amazona y el soberbio animal.
El padre estaba atónito, sonámbulo,
loco, sin comprender...
Entonces, desafiante,
yo me volví hacia él,
-¡Mátame! -le grité,
y con voz que sonó como alarido:
-Ya Betty no se fue.
¡Mátame! Aquí me tienes:
¡Mátame, cumple tu amenaza, mátame!-
Y me acerqué hasta él
mirándole a los ojos, desafiándole
con la más bárbara altivez;
y él me miraba, mudo,
mudo, sin comprender...
Yo, para despertar su vieja cólera,
temblando, me arrojé
sobre el cadáver, todavía tibio,
y en la boca sangrienta la besé...
Besé su boca. Besé su sangre. Nunca
mi boca de payaso más encendida fue
que al pintarse esa noche con la sangre adorada.
-¡Mátame! -le grité una vez y otra vez...

No se atrevió el cobarde, y aquí voy,
riendo en el redondel,
con la tragedia dentro,
hermano de Paglaccio y de Garrick también
Y cada noche, cuando ante el espejo
empiézome a pintar,
parece que en la boca me pongo sangre de ella
para decir el chiste repugnante y trivial.

Daniel de La Vega.